La infancia tiene su propio ritmo, su propia manera de sentir, de ver y de pensar. Pocas pretensiones pueden ser tan erróneas como intentar sustituirlas por nuestra forma de sentir, ver o pensar, porque los hijos, jamás serán copias de sus padres. 




  Los niños son hijos del mundo y están hechos de sueños, de esperanzas y de ilusiones que construir en sus mentes libres y privilegiadas.

  Según la psicóloga Valeria Sabater, la infancia marca su ritmo, tiene una manera propia de sentir las cosas, así como de verlas y de pensar. 

 De ahí que nuestros hijos sean personas diferentes a sus padres. Sabater dice que los niños están hechos de sueños  e ilusiones y que van creándose su propio mundo en su mente.


  En Reino Unido, muchas familias, preparan a sus hijos para que cuando tienen los 6 años, hagan una prueba de acceso a los mejores colegio. 

 Esto que en un principio puede parecer estar dando a nuestros hijo un futuro prometedor, lo que está consiguiendo desde el primer momento, es robarles su infancia. Desde pequeños empiezan a sufrir el estrés propio de los adultos.

  Cabe decir que a día de hoy no existen estudios concluyentes que respalden la idea de que «acelerar» ciertas competencias, como es el caso de la lectura, en niños de 4 años sea tan positivo ni que repercuta a largo plazo en su desempeño académico. 


 Lo que se consigue en muchos casos es que los pequeños empiezan a conocer dimensiones como la frustración, el estrés y ante todo, tener que ajustarse a las expectativas paternales.

  Los niños están hechos de sueños y hay que tratarlos con cuidado. Si nos empeñamos en llenar su tiempo de objetivos que cumplir y competencias que asumir, cada día estaremos rompiendo un pedacito de sus alas. 

 Esas con las que tal vez, alcanzaría el día de mañana sus propios sueños. Si les damos obligaciones de adulto cuando aún son solo niños, arrancaremos también las alas de sus cometas, para aferrarlos al suelo, haciéndoles perder su infancia.


Siempre recuerda que no es un adulto


  ¿Cuántas veces hemos escuchado “Ya eres un hombrecito”, “¡No llores como niña!“? Dirigido a niños de tres a cuatro años de edad. Es importante que los niños puedan vivir plenamente su infancia: jugar, jugar y jugar, ser amados, servidos, ayudados, mimados, apoyados.

  ¿Cuántos adultos sabemos que no son autónomos emocionalmente, que llenan las brechas emocionales con la comida, el tabaco, que necesitan sentirse continuamente reconocidos desde afuera?


¿Cómo aplicar este consejo en la práctica? Aquí hay dos consejos importantes.


  Evita la imposición “forzada” de reglas: el niño aprende con el ejemplo y con la imitación. La regla impuesta lo proyecta temprano en un modo adulto no adecuado para su edad. 

 Por ejemplo, si deseas que se lave los dientes antes de acostarse a dormir, tómalo de la mano, ve al baño y empieza a lavarte los dientes tú, dándole la oportunidad de verte e imitarte.

  Si quieres que aprenda o colabore, siempre debes involucrarlo a través del juego. Por ejemplo, limpiar el dormitorio puede convertirse en el juego de piratas que limpian el barco y luego serás el capitán, luego el centro, etc. Verás que al día siguiente te preguntará: “¿ Cuándo volveremos a limpiar la habitación, mamá?”


La crianza respetuosa


  Estamos seguros de que ya has oído hablar de la crianza respetuosa. A pesar de que lo más conocido de este enfoque sea el uso del refuerzo positivo por encima de la sanción o las clásicas regañinas, este estilo educativo encierra otras muchas dimensiones que merece la pena tener en cuenta.

Hay que educar sin gritar.


  El uso de las recompensas no siempre es adecuado: corremos el riesgo de que nuestros hijos se acostumbren a esperar siempre gratificaciones sin comprender el beneficio intrínseco del esfuerzo, del logro personal.

  Decir que “no” y ponerles límites no les va a generar ningún trauma, es necesario.

  La crianza respetuosa hace uso intenso de la comunicación, de la escucha y la paciencia. Un niño que se siente atendido y valorado es alguien que se siente libre para conservar esos sueños de infancia y darles forma en la madurez.


Respetemos su infancia, respetemos esa etapa que ofrece raíces a sus esperanzas y alas a sus expectativas.