Abrió los ojos consternado, la luz le lastimaba, empapado en sudor frío, con respiración agitada, y sollozos que no podía controlar, Ponciano Antúnez, no sabía que pasaba, no lograba entender dónde estaba. 

  Desconcertado miro a su alrededor, reconoció su humilde cuarto, con su escasa ropa colgada de un tubo, con un taburete viejo, con un cenicero lleno de colillas de cigarro a reventar, y un vaso de peltre con agua. Miro sus paredes desgastadas, con una foto colgada vieja y maltratada con su madre y hermanos de hace muchísimos años, por la pequeña ventana protegida por una cortina hecha jirones, se mostraba un halo de tenue luz de una mañana fría, gris, áspera, como si todo estuviera a tono con su vida vacía y sin sentido.

  Retornando poco a  poco a su realidad, empezó a recordar aquel sueño, aquella pesadilla, lo que le provocó nuevamente un escalofrío que cimbro todo su cuerpo. Se sentó en la orilla de su catre, propiciando aquel movimiento un crujido sordo, se pasó las manos por la cara y quito el sudor helado que le empapaba la frente, respiro profundamente.

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  Se veía en una casa vieja, con pisos de madera y paredes roídas por el tiempo, estaba frente a un pasillo muy largo, donde al final se escuchaba algo, sin saber entender con precisión que era, caminaba despacio con los pies descalzos, crujiendo el piso a cada paso. Al irse acercando, escucho entonces con más claridad el ruido producido por una máquina de coser de pedales, al aproximarse cada vez más, alcanzo a ver entre una luz tenue que estaba en aquel cuarto, a su madre, pasada de años, vieja, con su pelo canoso recogido, con mechones fuera de lugar tapándole su cara arrugada y con gesto de hastío, de tristeza, de miles de pesares sobre ella. Se sorprendió al verla, él estaba consciente que su madre estaba muerta, y no supo en ese momento si sentir terror  o alegría, de pronto, a su lado, en ese mismo cuarto que ahora identificaba como una larga estancia, sentada al lado de una mesa larga de madera antigua, estaba su hermana Alicia, con la vista ausente, tomando hojas de papel periódico y con un cuchillo cortándolas en tiras, una a una, sin descanso, con sus ojos en ningún lugar, con una sonrisa agría, con sus cabellos revueltos y pronunciadas ojeras, Alicia al igual que su madre ya estaba muerta, ¿Qué pasaba?, ¿Qué sucedía?.


  De pronto un ruido a su derecha, al voltear asustado, estaba una cocina, llena de trastos sucios, con cochambre por todos lados, al fijarse más detalladamente, observaba restos de comida podrida, en algunos casos con gusanos y moscas que rondaban en forma asquerosa entre aquellas ollas, sartenes y platos, de pronto sintió algo pegajoso en sus pies, y cuál sería su sorpresa de ver como estaba pisando porquería, una especie de vomito que le provoco arcadas de asco, recordó el olor, un nauseabundo hedor a podrido, a muerte.

  Inconscientemente levanto los pies, pero se dio cuenta que al hacerlo casi resbalaba y podía caer en esa inmundicia que le rodeaba.  Se mantuvo quieto, repasando sin poder creer todo lo que veía, ¿Qué hacía ahí?, ¿Por qué se encontraba en ese lugar?, sin duda se repetía que era un sueño, no podía ser cierto eso que estaba viviendo, se dijo –es una maldita pesadilla-.

  De pronto, carcajadas a su espalda, risas descontroladas de su madre y hermana, al voltear, las encontró juntas, tomadas de sus brazos, con la vista fija en él riendo, risas locas, profundas, combinadas entre desprecio y odio, le miraban dando saltitos sin ritmo, se burlaban tan fuerte de él que dañaban sus oídos y su alma, tan constantes, que parecían alaridos.

  Ponciano en su desesperación intento taparse los oídos con sus manos, dándose cuenta que al hacerlo, estaban  repletas de porquería, la cual la había pegado en sus orejas y cara, no podía respirar, no podía gritar, estaba petrificado, solo lloraba sin control ante aquella escena aterradora y ante toda la inmundicia que le rodeaba y que le cubría manos y cara, el hedor le perturbaba, lo tenía impregnado en su nariz, en su cuerpo, en su esencia misma.

  Hasta ahí llego su recuerdo, todavía sobresaltado, sudoroso, fatigado, se vio en su miserable cuarto, suspiro profundamente, y aquel hedor perduraba, se dijo nuevamente, -fue un sueño, una maldita pesadilla-. Busco en el cajón su viejo reloj de pulsera, herencia de su padre, de aquel que nuca conoció, pero que su madre le había entregado en su nombre, vio la hora, las 6:06, suspiro profundo, el olor continuaba, más no le dio importancia, todo era consecuencia aquel espantoso sueño.

Se paró lentamente con músculos tiesos como si fuera un viejo de 80 años, le dolía todo el cuerpo, en especial el cuello agarrotado, total sería un día más de trabajo en esa pocilga curtiendo pieles, ablandándolas a golpes entre grasa y sangre, no había de otra, así le trataba la vida y tenía que tener por lo menos algo para comer y pagar esa vivienda lúgubre y sombría.

  Busco la jarra de agua y vertió su contenido en una vasija de porcelana, se hecho agua en la cara como si de esa forma despertara a otra realidad diferente a la suya, como si esa agua lo purificara.

  El hedor persistía, sin pensarlo tomo agua entre sus manos y la aspiro profundamente, tomo un paño y se sonó fuertemente, al aspirar profundamente de nueva cuenta, se estremeció por completo, el olor era mayor, fuerte, nauseabundo, asqueroso.

  De inmediato busco entre el cuarto, tal vez una rata muerta de aquellas que deambulaban por aquel barrio, movió el catre, busco en las esquinas, abajo del taburete, entre las cajas amontonadas que le servían para guardar sus escasas pertenencias, nada, no había nada.



  Sin duda pensó, el olor venia de la calle, entre abrió la ventana y no capto nada, en el baño pensó, seguramente de ahí venia el olor, corrió la cortina que hacía de puerta, reviso con detalle y nada, no había nada que provocara aquel olor.

  Abrió por completo la ventana para que el cuarto se oreara, sintió el viento helado que le calaba los huesos, espero unos minutos, y el olor, ese hedor continuaba, sintió arcadas, el vómito se le venía encima, y corriendo abrió la puerta de su cuarto rápidamente, era urgente quitar esa peste.

  Al voltear hacia donde se suponía se encontraba un escalera que llevaba a la calle, su sorpresa fue mayúscula al encontrar un pasillo, con paredes corroídas por el tiempo, con piso de madera.

  Se dio cuenta que era el mismo lugar donde su sueño lo había llevado, quiso gritar, mas no pudo, estaba paralizado, no podía moverse, ¿Qué estaba pasando?, le pedía a dios si es que existía le diera una explicación. Cerro sus ojos, trato de tranquilizarse, se repitió nuevamente, -seguro es un sueño, una maldita pesadilla-.

  Trato de darse un tiempo, más no pudo, el olor a podredumbre lo sentía, lo inhalaba, sin abrir los ojos, sacudió la cabeza, gritado con toda su fuerza -¡despierta estúpido!, ¡despierta imbécil!, ¡es solo un maldito sueño!-, se tapó la cara con sus manos, y como si fuera un niño, fue poco a poco quitándolas de sus ojos para ver que sucedía.


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  No pudo hablar más, frente a él su madre y hermana muertas, lo miraban risueñas, con esas caras de riza burlona, pálidas y ensombrecidas de la muerte, poco a poco se acercaron a él extendiendo sus brazos para tocarlo, riéndose a carcajadas, Ponciano no pudo moverse, y paralizado se orino, sintiendo como aquellos orines le calentaban las piernas y pies sin poder controlarlos, cerró los ojos y aspiro profundamente aquel hedor asqueroso que le impregnaba el alma.

  Abrió los ojos exaltado, sudando copiosamente, sollozando, estaba orinado, sábanas, cobija, catre, todo empapado, movió la cabeza, se sentó, se dijo nuevamente, -fue un sueño, una maldita pesadilla-, aspiro profundo, titubeo, no podía creerlo, su cuerpo temblaba sin control, sudaba copiosamente, era terror lo que sentía, de nuevo ese olor  nauseabundo, ese hedor asqueroso seguía, envolviéndolo y penetrándole hasta sus entrañas, asolando su esencia, maldiciendo su alma. 

 Sueño o realidad, eso nuca lo sabría, sin embargo ahora, solo, en aquel miserable cuarto, sin poder controlar sus lágrimas, solo se le vino una idea a la mente: si esta es la muerte, esta maldita mi alma.

- Sergio Gutierrez